La llegada a Rouen fue curiosa ya que a la salida del andén me esperaba Pierre Moyon con un cartelito en el que ponía mi nombre, como en la pelis. Curiosamente, Nicole, su mujer, estaba en la otra salida con otro cartelito. Como se ve, los Moyon, tienen experiencia en el tema pues llevan acogidos en su casa a unos ¡400! estudiantes de todas la nacionalidades. Así que con semejante rodaje no fue difícil entablar conversación con ellos, rápidamente me pusieron al día y me explicaron que iba a compartir casa con un psicólogo austriaco, Eric y con una profe americana, Mady, que además iba a ser mi compañera de curso.
Llegamos a la casa y me llevaron a mi habitación para que me instalara. Una habitación bajo el tejado con dos tragaluces adornada con mucho gusto. Al rato sonó una ¡campana! que anunciaba la cena. Allí, además de los citados, estuvo el vecino, Patrice, un traductor de novela negra americana que me devolvió a ese pasado “caenita” que ya había aparecido en la estación de Saint Lazare. Con él volví a hablar en francés de lo divino y de lo humano, desde la reciente explosión en la química Lubrizol hasta su trabajo en un pueblecito del sur de Francia. Tan interesante fue la velada que cuando me subí a acostar, y a pesar del cansancio y de que al día siguiente había que madrugar, empecé a leer las Tristes de Ovidio incitado por unos comentarios de Patrice. Una vez más, aquello que José Miguel Prado, otro erasmus “caenita”, llamaba “el espíritu de Homero”, volvió a aparecer en una “soirée” francesa.
Homero no volvió (solo lo hace en ocasiones muy especiales), pero las siguientes cenas siguieron teniendo un sabor especial, y no hablo de la comida, maravillosamente preparada por Nicole. Los Moyon, que además de anfitriones perfectos, llevan a gente ¡¡en BlaBlaCar!!, tienen un “savoir faire” increíble y para compensar la ausencia de Patrice invitaron a Céline, quien amenizó las veladas con comentarios divertidísimos que nos hicieron pasar unos ratos geniales. Y el viernes, por si éramos pocos, Nicole organizó en su cocina un taller de repostería normanda en el que varios alumnos de French in Normandy prepararon unas tartas a base de manzana, entre ellas la célebre “tarte Tatin”. Imposible no mirar de reojo hacia la báscula viendo esas delicias y sabiendo que además de la mantequilla omnipresente en la cocina normanda nos esperaban al final de la cena una tabla de quesos y algún que otro postre de regalo.
Así que con semejante compañía y con semejante cocina, ¡como para no estar contento de la nueva experiencia Erasmus+!»